Carlos López
El soniquete de la lotería, la buena, la del 22, es ya un eco imperceptible. Los escasos panderos que todavía salen a la calle han vuelto al desván. Si no nos hemos visto, pues ya nos veremos cualquier día de estos. La larga noche del 31 amaneció, que no fue poco. Las prisas con los regalos son ya papel arrugado. Y los Reyes se vuelven camino de Oriente, de un Oriente imaginario a salvo de los sobresaltos actuales. Las pisadas de sus camellos se pierden en medio de esta lluvia escasa y huidiza de primeros de año.
Hemos sobrevivido a la Navidad un año más. En el recuerdo quedarán las mamarrachadas de aquellos laicos con mando en plaza que usan el poder para hacerle pedorretas a la tradición. Y quienes olvidaron que un día fueron jóvenes y también tomaron las calles con el alborozo propio de estas fechas. Ahora que se han vuelto honorables vecinos adictos al silencio.
En la tarde-noche del martes, Melchor, Gaspar y Baltasar subieron calle Stuart arriba, en Aranjuez, llenos de luz y de música. Dejaron con la boca abierta a los niños que jalonaban el trayecto. Les llenaron los bolsillos de caramelos. Les emplazaron a la cita invisible de la larga noche de este invierno disfrazado. Se adivinaban sueños agitados.
Una cabalgata lucida, a la que no le faltó de nada. Bueno, alguno tendrá alguna pega que poner pero este año la nota fue muy alta. Aranjuez se salvó de astracanadas, quienes quisieron abarrotaron la calle y la Plaza del Ayuntamiento. Y quienes no, a sus menesteres.
Queda enfilada, pues, la fría calzada que nos llevará a la esquina de la primavera. Antes llegarán los Carnavales, la Semana Santa… quizás las nieves y las lluvias… Y los Reyes Magos nos guiñan un ojo y nos emplazan para la próxima Navidad. Hasta entonces, majestades.