Por Carlos López
Volvemos, un septiembre más, a los ecos del golpe de estado de 1808. Aquel heroico motín que nos trajo la postrera desgracia del monarca más chungo de la genealogía borbónica, en incluso de la genealogía monárquica hispana en general. Y ahí estamos nosotros, celebrando por todo lo alto aquel despropósito.
No hay manera, que diría Coque Maya. No puedo estar sin tí, parece la coplilla instalada en el subconsciente ribereño, al menos de la gran mayoría. Es llegar septiembre y nos acicalamos de goyesco cartón piedra.
Lejos de ir pensando en abandonar este sinsentido, este año, además, estrenamos guión. Otra vuelta de tuerca.
Así hemos ido desnaturalizando las fiestas de septiembre. Entre otras cosas porque el grueso del presupuesto festivo se lo lleva la dichosa representación y sus alrededores.
Y este año, uno más, sin corrida. Ni goyesca, ni sin goyesquear. Este año toca recortes. Taurinos, no de los otros. La empresa de los Lozano, ese ente antitaurino que nos torea cada septiembre motinesco.
No digo yo que haya que volver a la feria agrícola, un sinsentido en un pueblo con cuatro caballones plantados, ni a las carreras de sacos y los concursos de albañilería (que la construcción sigue bajo mínimos). No es eso. Pero unos toritos de fuego, unas luces por las calles, unas charangas, una cabalgata para que los niños cojan caramelos… algo que nos ponga más en ambiente y que no sea goyesco, por favor.
Hemos hecho de la tristeza goyesca el numerito de las fiestas de septiembre. Y sin redecilla. Allá por 1985 contaba el entonces edil de Cultura, Sebastián Mudarra, que su sueño festivo era que los ribereños nos pasásemos las fiestas con una redecilla en la cabeza. Afortunadamente nos conformamos con comprarle un gorrito al inmigrante que pasea su todo a cien por la Mariblanca y el ferial.
Mi sueño es que algún día pongamos el punto final a esta astracanada. Pero no lo verán mis ojos. En fin, me conformo con no tener la obligación de tener que acudir al goyesqueo por motivos profesionales.
Que lo disfruten y que curen pronto a Godoy para que lo puedan volver a tirar por el balcón el año próximo.